La crisis de COVID-19 ha impactado nuestras vidas de muchas maneras, debido a las medidas de distanciamiento social, muchas personas se han sentido tristes y desesperanzadas sobretodo por las restricciones de movilidad, de los cordones sanitarios y cuarentenas decretadas tan estrictas, que si un familiar se enferma no necesariamente por el virus, todo se vuelve cuesta arriba.
Ya de por sí los servicios de salud son lentos en reaccionar, y muchas veces a pesar de tener los seguros médicos y de asistencia, la burocracia con que se mueven es tan exasperante que en lugar de dar tranquilidad a la familia y actuar con celeridad, entorpecen todo con una frialdad que ni Frankenstein tendría.
Es lógico pensar que en tiempos de pandemia, donde la salud debe ser una verdadera urgencia, el sistema siempre muestra su peor cara, la de la indiferencia, detrás de cada enfermo que debe hacer uso de la medicina, sea privada o pública hay una familia angustiada, que espera que la atención a su ser querido sea profesional pero también efectiva y mas que nada afectiva.
Se ha perdido el médico de cabecera, ese que te traía al mundo que cuidaba de ti y de tu familia, en quien se podía confiar que iba a estar para servir, como dice su juramento hipocrático... pero el tiempo y la modernidad dejó en el olvido al médico familiar y en su lugar instaló un frío consultorio multitudinario donde el paciente es sólo un número asociado a una prima.
Pero no culpemos sólo a la modernidad, los médicos ya no son por sí mismos lo que fueron antes, han cambiado su vocación por el tratamiento de línea de montaje, llevan sus consultas particulares o de asociados como un negocio tan rentable que cinco minutos por paciente es eficiente, redituable, pero nada afectivo, el paciente es solo un cliente.
“Ejercer vuestro arte con conciencia y dignidad”.
( Juramento Hipocrático siglo V ac )
La pandemia nos ha mostrado lo mejor y lo peor de la humanidad, nos ha mostrado el descriterio y la frialdad. El sistema económico actual relega al ser humano a un número sin rostro, con muchos deberes y pocas ventajas, y si eres viejo peor pues ya no eres útil.
¿Donde quedó el amor al prójimo, dónde quedó la mano amiga?
El distanciamiento social en lugar de cuidarnos nos está enfermando más gravemente que el COVID, nos está quitando humanidad, campea el descriterio y muchos nos vemos afectados emocionalmente tanto por saber, como por no saber cómo y cuándo esto acabará, y si tienes la mala ventura de que un familiar se enferme, todo tu espíritu se viene abajo, no puedes estar cerca, no puedes acompañarlo en su lecho de enfermo y como los médicos no desean ser médicos familiares, esa parte que es la mas importante, se vuelve además, fría.
Este momento tan crudo nos muestra de verdad que necesitamos un cambio de mentalidad, no vivamos aterrorizados ni ignoremos el dolor ajeno, la vida es una sola y hay que vivirla con la tranquilidad que si enfermas habrá una mano amiga que ha jurado cuidarte mas allá de si mismo.
"La mejor medicina de todas es enseñarle a la gente cómo no necesitarla"
( Hipócrates, Cos, c. 460 a. C.-Tesalia c. 370 a. C.)
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